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Personajes

ANÁLISIS DE LOS PERSONAJES:

Los personajes principales y construcción de la realidad.

En el libro encontramos a un total 25 personajes. Están los tres  principales sobre los que se construye toda la trama: Romano, Mario y Pumuky Éstos pertenecen al mismo grupo de música, los “Sex and Love Addicts”, nombre que refleja una cierta promiscuidad y una facilidad para entablar relaciones sentimentales. También trataré a Olga, Lola, Sónia y Valéria porque considero a estos cuatro personajes femeninos como respuesta a diferentes modelos de conducta. Los personajes de los libros de Lucía Etxeberría son nada maniqueístas, con una profundidad en su carácter que los hace distintos, y siempre construye la trama a partir de ellos.

Romano es el primer personaje que sale a escena. Su físico entraña virilidad, corpulencia, confianza y carácter de seguridad en sí mismo, serenidad. Es el mejor amigo de Pumuky y bajista del grupo. Su seguridad en sí mismo, junto con su atractivo físico le hace tener bastante éxito entre las mujeres.

Mario es quién da de beber a los demás de sus convicciones e ideología. Es un anarquista posmoderno que se encuentra un poco fuera de lugar en un mundo laboral como el de hoy. Soñaba con vivir de la música para no tener que encerrarse en una oficina.

Pumuky es la piedra angular sobre la que gira toda la arquitectura del libro. Es autodestructivo e instintivo, debido a traumas de una infancia dura tal como que su madre muera de sobredosis en sus brazos cuando él apenas contaba con una década sobre este mundo. Su filosofía de vida está entre un nihilismo y un hedonismo extremos, llevados a una sociedad en plena decadencia como es la actual. “El placer se puede comprar con dolor” es una muestra de ello, aunque esta búsqueda del placer sin tener en cuenta nada más dista mucho de la concepción hedonista del mundo helenístico. La vida en la metrópolis, en una enorme comunidad de varios millones de personas le produce, sin embargo, la mayor soledad posible. La sociedad y el posmodernismo. El individualismo, el narcisismo, el culto al cuerpo y no a la mente, el materialismo en su máxima expresión, la búsqueda del éxito, del dinero y la fama por encima de todas las demás cosas. Un modelo social que produce extremos picos de soledad, vacío, tristeza, conformismo, depresión, anorexia, automedicación, suicidio… Vamos, el paraíso terrenal.

(Por cierto, ¿soy el único que al llegar al final del libro volvió hacia atrás, a la escena en que Mario y Pumuky están en el campo, a contar los disparos? Para ahorraros tener que buscarlo: dispara una vez a una de las latas; Mario se va, y escucha tres disparos más a lo lejos: la pistola tenía 4 balas. Esta no arroja ninguna luz nueva pues bien podría haber hecho dos disparos al aire y el tercero a la cabeza, pero ya que me parece feo el recurso de sembrar la duda sobre la muerte de Pumuky mediante los colombianos, dejando un final abierto que en la narrativa actual está de moda, también he considerado oportuno alabar este recurso, ya que me hizo volver atrás en el libro, expectante.)

Olga es la mujer que se eleva por encima de todas las demás. Es segura, madura (ronda los cuarenta años), inteligente y atractiva. Ha “engañado” alguna que otra vez a su marido pero no se siente culpable; es más, después de hacerlo con Romano se siente más guapa, espléndida y triunfal. Es muy competitiva y parte de su infidelidad radica en este sentimiento de querer superar, de alguna manera, a la otra mujer que hay detrás de un hombre que encuentra interesante. Su matrimonio con Iván, con el que no ha conseguido tener un hijo, le resulta nada inspirador o divertido. Tiene anhelos de pasión y aventura que su matrimonio es incapaz de satisfacer. Las relaciones humanas tardan años en consolidarse, deben tejerse infinidad de pequeños hilos que las sujeten. Pero basta con un pequeño gesto, apenas una palabra, para demoler todo ese edificio. Un día, ante una crisis de pánico Olga llamó a su marido asustada. Éste le colgó el teléfono sin más, diciendo que no tenía tiempo; y rompió el hilo, sin saberlo, de su relación. ¿Acaso es Olga, en algunas aspectos (no digo en este obviamente), “alter ego” de la autora?

Lola es una chica joven, de 32 años, que se casa con el apdre de Mario, Víctor, que supera los cincuenta. Cree haberse enamorado, pero sólo lo ha hecho de sus status, de su condición, de su capacidad económica. Ha renunciado a su juventud por tener a un hombre con dinero que en lo personal dista mucho de satisfacerla. En este aspecto, su vida es un aburrimiento, y decide, a propósito de todo esto, acostarse con Mario, el hijo de su marido, su hijastro. La cosa dura lo que suelen durar estas cosas, y termina como suelen terminar: rápido. “El placer se puede comprar con dolor”, pero como lo primero que nos llega es el placer, solemos aceptarlo. Si fuese al revés… otro gallo cantaría.

Sónia es el personaje femenino que encarna la lucha de la feminidad contra la sociedad de hoy. Lucha contra el machismo imperante (caracterizado por el trato que recibe de Romano, no porque éste sea machista sino por como la trata en lo personal, como un objeto), contra el canon de belleza estética femenina de nuestros días extremadamente delgado (Valeria) No ha estudiado en la universidad porque no tuvo la oportunidad, pero es atractiva, inteligente y luchadora. Y su atractivo es natural. Es una luchadora de barrio humilde, de las de verdad, no otro estereotipo deforme de superación personal como Belén Esteban. Sónia es una chica ficticia pero mucho más real que ella.

Valeria: guapa, rubia, excesivamente delgada, con estudios universitarios, refinada, delicada. Es, a decir verdad, la antítesis de Sónia. Es una de esas mujeres «llenas de sí mismas pero siempre vacías» [p.314]. Sería, para que nos entendamos, un Cristiano Ronaldo pero con atributos femeninos: narcisista hasta la hipérbole, se sabe guapa pero lo exagera, se tiene que dejar ver en ciertos sitios para aparentar. En realidad es esclava de su belleza, es una caricatura de sí misma. Aunque inteligente, los estereotipos impuestos por la sociedad le han ganado la batalla, dejando tras de sí sólo a una princesita más, a la que todo el mundo desea pero nadie quiere.

Conclusión

Lucía Etxebarría dota a cada uno de sus personajes de una dimensión real, humana, y de otra dimensión estereotipada, fiel a ciertos tópicos sociales, que todos podemos reconocer. Esta última dimensión nos facilita la interiorización del personaje, haciéndonos más fácil percibir la profundidad psicológica de los mismos. Reconocemos en ellos rasgos de nosotros, de conocidos o de gente de la memoria colectiva y cultural de la sociedad.

Personajes femeninos

En este apartado, analizaremos los personajes femeninos de la obra desde sus elementos comunes a los rasgos particulares de cada una de los personajes femeninos que aparecen en la novela. Como todos estos personajes comparten el mismo sexo, hemos observado algunas características comunes que las engloban en varios arquetipos genéricos, estableciendo una posible clasificación para el análisis de los personajes.

Según el recuadro que aparece al principio del libro, contamos quince personajes de sexo femenino. Aunque las mencionemos todas, el análisis se centrará en los personajes de más relevancia en el texto: las madres, Sabina, Marié y Charlotte; las parejas de los miembros del grupo, Valeria, Sonia, Olga y Lola, además de la pareja Isabel –Iria.

En el primer grupo de mujeres, las madres biológicas de los tres protagonistas, tienen una influencia capital en sus hijos, si bien se comenta a lo largo del libro que todos ellos padecen el complejo de Edipo, debido a la especial relación que tienen con sus madres, ya que todos marcan su discurso.

Sabina influye en la manera de pensar de Romano, tanto que hasta muchas de los pensamientos de Romano están salpicados de conceptos psicológicos propios de su madre, una psicoanalista. Él mismo se sorprende muchas veces –como podemos ver en los dos capítulos en los que él habla en primera persona—de las ideas más propias de su madre, Sabina, que suyas propias.

Por otro lado, Charlotte es un personaje in absentia, pero también de notable relevancia. Ella configura desde su ausencia el carácter lánguido, débil, enfermizo, obsesivo y traumático de Pumuky, debido a su prematura muerte, al apego del crío cuando Charlotte vivía, a la adoración constante que el joven protagonista aún conserva de su madre simbolizada en que aún mantiene su piso de la misma manera que cuando murió.

También se refleja a  través de algunos recuerdos o anécdotas narradas por algún personaje, como Romano, quien nos cuenta que al descubrir a su madre muerta en la bañera, el niño Pumuky se abrazó a su cuerpo sin vida durante toda la noche antes de avisar a la policía.

En último término, Marié también marca de alguna manera a su hijo Mario. Además de compartir nombre, ambos demuestran un comportamiento inseguro que recuerda a la infancia de niña apartada y solitaria de Marié, mientras que Mario en su círculo personal íntimo mantiene una escasa relación con su padre biológico, Víctor. Además, odia al actual novio de su madre, Leonardo, así que todo el sustento familiar lo depositará en su madre biológica.

Desde Mario, observamos la relación especial que tendrá con su otra madre, Lola, la mujer de su padre, es decir, su madrastra. En este caso, la astuta Lola además de lograr casarse con Víctor, un hombre culto, mayor que ella, pero sobre todo, rico; tiene una relación adúltera con Mario, de una edad mucho más cercana. La joven Lola encontró en Mario al acompañante más cercano al amor que su pareja estable, parte de un matrimonio apagado.

Sin embargo, esta mujer le dejará al enterarse de que se ha quedado embarazada, con el propósito de mantener el estado de las cosas: seguir casada con su marido, Víctor, y hacerle creer que el hijo es suyo. Esta actitud calculadora, inteligente y pragmática será un denominador común en algunos personajes femeninos de la obra; al igual que cuando deja a Mario porque espera un hijo suyo.

Otro caso es el de la psicóloga Sabina, madre de Romano, quien también sabe actuar de manera interesada, puesto que establece relaciones amorosas pasajeras con personas sentimentalmente dependientes: tiene una aventura con Isabel, la pintora neurótica que empezó a hacer terapia junto a un colega suyo, y a la que seguramente podría controlar sentimentalmente; a la vez que seguramente tendría alguna aventura con Pumuky, un personaje profundamente dependiente sentimentalmente: le faltaba una madre, una terapeuta y seguramente una amiga. Además, como le dijo el mismo Pumuky a Iria, Sabina suele tener aventuras con mujeres: “a Sabina le gustan mucho las mujeres, y le gustan mucho las mujeres casadas, pero las historias de Sabina no suelen durar […] y que Sabina no tiene espíritu de sacrificio”.

Por su lado, Marié también comparte alguno de estos elementos. El idealismo romántico de Marié se ve frustrado cuando descubre que su segundo marido, Leonardo, tiene una amante: una estudiante brillante y tremendamente joven, y tremendamente guapa, llamada Laura—que también intenta ir de la mano de algún acaudalado hombre maduro, como la madrastra Lola, o Anna, la amante del poeta Benito Monjardín—con la que mantiene una relación desde hace unos meses. No obstante, el pragmatismo opera en Marié desde el mismo momento en el que decide no intervenir en la relación, que se presume efímera, a la espera de nuevos acontecimientos mientras vigila los movimientos de su marido a través del correo electrónico.

Del mismo modo, Olga también posee ese carácter competitivo que se muestra cuando la obsesiva Cristina se encapricha del que a la postre sería su  marido, Iván, por quién no profesaba un interés demasiado acentuado hasta que una cantautora que ella promocionaba inició una tormentosa relación con él. Después de un imbricado triángulo amoroso, Olga e Iván se casaron y la pasión enardecida de ambos se vio apagada por la rutina. Después de varias aventuras por ambas partes, llegó el divorcio. El carácter competitivo y ambicioso de Olga se vuelve a demostrar cuando afirma que sigue manteniendo relaciones adúlteras con su ex marido, que tiene una nueva pareja.

La joven Valeria también manifiesta algún comportamiento de este estereotipo de mujer. En el momento en que descubre la infidelidad de su novio Romano con Sonia, establece acto seguido una relación con el íntimo amigo de él, Pumuky, actuando de manera fría por despecho con el propósito de fastidiar a Romano. También, una vez consumada la venganza, seguiría su plan dejando al obsesivo Pumuky –una relación dependiente que no funcionaba—por  un cantante de más fama, como advierte el narrador: “Y saltó de Pumuky a David como si avanzara de liana en liana por la selva de los aspirantes al triunfo artístico. Ni el uno ni el otro le importaban gran cosa pero David, desde luego, era mejor pasaporte para la fama que Pumuky”.

Todas estas conductas similares definen a un arquetipo de mujer que aparece en la novela: el personaje astuto, competitivo, ambicioso, hábil, egoísta y seguro de sí mismo. Se trata de mujeres con personalidad que siempre suelen conseguir sus objetivos. En contraposición, encontramos otro tipo de personajes femeninos de otro tipo: mujeres obsesivas, de baja autoestima y poco seguras de sí mismas.

En este grupo podríamos incluir a Isabel, la pintora traumatizada y depresiva que padece agorafobia, y que no puede controlar sus emociones. Del mismo modo, su pareja, Iria no sabe cómo salir de una relación servil y acabada, debido a su falta de seguridad, aunque cuando esta acabe por motivos exógenos –una infidelidad—ella afirmará estar mucho mejor.  Como le sucede, quizá por otros motivos, a la aristocrática Mara, personaje preso de un matrimonio político que acaba traumáticamente representado en el anillo de boda que le regala a Sabina.

Y pese a que su menor presencia, la cantautora Cristina Banderas también comparte rasgos de personalidad con estas dos mujeres, especialmente con Isabel, puesto que no es capaz de controlar la emoción y sufre brotes de celos, a causa de su carácter posesivo extremo.

Así, Sonia, la camarera de La Taberna Encendida tampoco posee la seguridad suficiente como para conseguir que Romano no la utilice sexualmente cuando le apetezca. Enamorada de él, no logra hacerse un hueco del mismo modo que Valeria, y cuando estos dos acaben su relación gracias a la infidelidad, no adquirirá el mismo rol de pareja estable, como ella quisiera, sino que seguirán siendo íntimos amigos, como seguramente prefiere Romano.

Aunque sea un personaje híbrido, a caballo entre los dos modelos generales de mujer que aparecen en la obra, podríamos hablar también de Marié, especialmente cuando era joven. Como arrastraba los traumas propios de una chica aislada de las relaciones sociales –pasó una infancia solitaria, con la única compañía de sus libros—sufría constantes problemas de seguridad en sus primeras citas con su futuro marido, Víctor, al mismo tiempo que, seguramente, acabó aceptando el matrimonio con él ya no por su desmedida pasión, sino por reconocerse a sí misma que quizá sería el único hombre capaz de cuidarla, de compartir su vida, por inseguridad y miedo a una soledad futura.

Concluyendo, estos son los dos arquetipos principales reconocibles en los personajes femeninos del libro. Observamos como son personajes psicológicamente contrarios que se necesitan unos a otros, y se relacionan, en la mayoría de las ocasiones, estableciendo relaciones amorosas volátiles, apoyándose unos en otros, complementando necesidades y carencias entre caracteres opuestos.

Luis Alberto Moral Pérez

Rebeca Ramírez Pérez

Macarena Pérez Paz

Categories:Literatura, Personajes

LA DESCRIPCIÓN FISIOLÓGICA DEL SEXO EN LO VERDADERO ES UN MOMENTO DE LO FALSO DE LUCÍA ETXEBARRIA

por Cinta Mulet

Se trata de un thriller psicológico de las carencias concomitantes que provocan la frustración humana. Una sucesión de episodios donde los personajes viven breves fragmentos pseudofelices que se agotan fácilmente. Unos seres humanos inestables, neuróticos, saciados por su propio descreimiento, personajes que oscilan entre dos polos: desde espasmos depresivos a la excitación de una exacerbada competitividad: “por raro que sea el verdadero amor, lo es menos aún que la verdadera amistad […] hay pocos lazos de amistad tan fuertes que puedan ser cortados por un cabello” (p.13-14).

Una visión de un mundo deshumanizado “el resultado directo del callejón sin salida del capitalismo”. En la profundidad yace el dolor del gran desengaño. Unos personajes esclavos de la inmediatez instintiva que les hunde en la vacuidad, comportamientos guiados por conductismos mecánicos que les producen insatisfacción y, en muchos casos,  autodestrucción: un mundo asfixiante donde la imaginación junto con las ilusiones se ven mermadas de antemano por el determinismo. Acorralados por el círculo hermético de la desconfianza, su frágil éxito pende del hilo de la aceptación ajena. La autora teje personajes manipulables frente a ogros sin escrúpulos. Un mundo depredador donde la sensibilidad y el arte no pueden subsistir: la madre de Pumuky, el propio Pumuky.

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La pérdida de identidad de los personajes de la obra

Al leer y recorrer las páginas de Lo verdadero es un momento de lo falso,  de Lucía Etxebarría, uno de los aspectos  que más me ha llamado la atención  en la construcción de los personajes es la ausencia de identidad marcada o más bien la búsqueda que llevan a cabo para poder construirse una  identidad propia.
Son personajes que parecen pasar el tiempo intentando, en el fondo,  liberarse. Liberarse de todo lo que está impuesto, de los “carcans”, liberarse de lo que les impide ser felices, para poder “redefinirse”.
Se suceden unas “biografías” de seres perdidos, acompañadas de su “evolución”, mediante distintas miradas que van alimentando la construcción de una identidad, una identidad múltiple.
Sueños, luchas, violencia de los sentimientos y  de la relaciones se van mezclando en un discurso que destapa la prohibición, que rompe con las instituciones sociales, culturales y religiosas.
Son personajes que llevan ante todo una vida nocturna, unos protagonistas atípicos que intentan liberarse de las reglas impuestas por la sociedad, pero unos personajes que siguen sufriendo, que siguen frustrados pese a su concepción liberadora de la vida, unos personajes que no pueden, en el fondo, escapar ni a su pasado, ni a su presente, ni siquiera a su futuro.
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