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Elementos que configuran la situación comunicativa

Para comprobar que los elementos que configuran la situación comunicativa valen también para una obra literaria basta con mencionar el modelo de comunicación de Jakobson y su utilidad en el momento de traducir un texto a otro idioma. Jakobson delimita los elementos y las funciones del proceso de la comunicación:

 

Estos constituyen las propiedades de una obra literaria que al traducir tienen que conservarse para que el texto no pierda su significado. Así, podemos observar que los elementos extralingüísticos forman una parte fundamental de la interpretación de la obra literaria.

En el caso de la novela el emisor es seguramente su autor, pero hemos de tener en cuenta que el autor, una persona física, no es siempre equivalente al sujeto lírico o al narrador de la novela. El narrador es una construcción textual que no corresponde con la realidad efectiva de la persona del autor, aunque a veces nos encontramos con el autor “implícito” que está en su texto para darle más autenticidad. Solamente en el caso de la literatura autobiográfica tenemos el caso de la unidad del autor, narrador y, también, protagonista: es el denominado pacto autobiográfico de Philippe Lejeune. El autor pacta con el lector a base de dos postulados: la forma de narración del “yo”, es decir, escrita en la primera persona, y la firma, el autor da su propio apellido al narrador y protagonista. De esta manera, se establece el pacto y rompe la regla de separación.

El destinatario del enunciado en la forma de libro sería seguramente su lector. En el mundo literario se habla del “lector ideal”: es un concepto de lector que se crea en la mente de escritor cuando está proyectando su texto. El “lector ideal” es capaz de reproducir las ideas del autor y reconstruir el argumento de acuerdo con sus expectativas. Resumiendo, es un modelo de lector que “lo entiende todo”. No obstante, el autor escribiendo su obra puede también tener en cuenta los posibles lectores reales que puedan leerla. También, podemos encontrarnos con un lector implícito en el texto, lo descubrimos en las locuciones previsibles, o en una aparición física, en las dedicaciones. En la conversación el destinatario no suele ser una persona que por casualidad capta el mensaje. En el caso de la literatura, el destinatario obviamente no interpreta su papel dialogante en la comunicación, pero podríamos aceptar la posibilidad de casualidad en la recepción. El autor escribe su obra, teniendo en cuenta un lector ideal y los posibles lectores de su obra, pero no puede descartar la eventualidad de un lector accidental, que compre su libro por casualidad, lo lea y le guste, aunque lo interprete a su manera, no necesariamente concorde con la idea del autor.

El enunciado sería todo el libro, en nuestro caso, la novela. Es una expresión lingüística cerrada que produce el emisor. No importa cuántas páginas contiene: como tiene un principio y un fin, lo hemos de interpretar en su totalidad: todos elementos sirven a un propósito comunicativo. El contexto de la obra literaria se basa en tres puntos: el autor y su biografía, los períodos literarios y la pertenencia a un género literario. Estos puntos equivaldrían en cierto modo al concepto del contexto en pragmática: la situación espacio-temporal. Tan como el lugar y espacio de la realización del enunciado influyen a su forma gramatical y estructural, la cual predomina su interpretación, hay que conocer el contexto de una novela o un poema para evitar los errores de omisión (no ver o no entender el contenido) o de adición (ver demasiado, “sobre-interpretar”). Obviamente, también existen otras escuelas de la teoría literaria que prescinden del contexto y en la interpretación se basan solamente en la forma del texto (el formalismo y sus derivados).

Seguramente, la información pragmática al momento de producir el enunciado-libro será más compleja en la parte de emisor: se supone que una novela es un comunicado que posee una información nueva (una interpretación nueva) sobre la realidad. Normalmente, producir un libro requiere un largo y arduo proceso de documentación u otro tipo de preparación. El autor, compartiendo la parcela común de la comunicación con el lector, le está transmitiendo el mensaje a través del contenido del libro. Ahora, la información pragmática del lector variaría de un individuo a otro, porque entre los destinatarios del libro encontramos unos críticos literarios que conocen de memoria las ideas de posmodernidad y unos lectores menos cualificados literariamente que solamente buscan un entretenimiento en la tarde de invierno o en un día en la playa en verano. Gracias a la hipótesis del conocimiento mutuo, aunque no sea posible delimitarlo, tiene lugar el proceso de comunicación.

La intención de una novela es la razón por que un escritor decidió escribirla. Tal como el reconocimiento por parte del destinatario de la intención de su interlocutor dirige una interpretación correcta del enunciado, tal el conocimiento de la intención del autor permitiría una mejor comprensión de la obra y su mensaje. No obstante, la intención de una novela tenemos que descubrirla nosotros, a través de la lectura e interpretación del argumento, junto con el análisis del contexto. Muy importante también es la forma del texto: visual y fonológica. Todos elementos forman parte del mensaje de la obra: el nivel fónico-fonológico, el nivel morfo-sintáctico y el contenido (el argumento).

Es difícil hablar sobre la relación social entre el locutor y el autor de la obra, podríamos decir que sólo existe en el sentido indirecto: ambos pertenecen a la sociedad; pero no siempre a la misma, como en el caso de las traducciones. Directamente raras veces pueden conocerse, por ejemplo, cuando un autor firma su obra en una feria o durante una conferencia. El autor se proyecta el ideal lector escribiendo pero no podemos decir que esto siempre influya en la obra, lo que dirige más seria la intención, el mensaje que quiere transmitir. Muchas veces el autor está más fiel a su concepto artístico que a las expectativas de sus lectores: de una manera puede hacer el texto más fácil para captar, pero no siempre cede a esta condición. La censura sería un medio para influir en la obra, pero no se basa en la relación social, sino más bien en la ideología política. Puede ser que algunos autores construyan sus obras a la medida del destinatario, pero serían los más comerciales, que se fijan en los barómetros de modas y gustos populares.

La novela de Lucía Etxebarría refleja muy bien el concepto de la pragmática, como no existe la única y verdadera imagen de un ser humano, cada persona lo ve de manera distinta, y tampoco el lenguaje es solamente un código y cada palabra tiene solamente unos significados delimitados. “Lo verdadero es un momento de lo falso” claramente no es una autobiografía, así que tenemos aquí a la persona física de la autora y su texto, que no es un mensaje directo a un lector y tampoco tiene las relaciones directas con la autora. Etxebarría emplea una amplia gama de los tratamientos literarios para transmitir su comunicado a lector. La historia está contada por el narrador, el cual también manipula los acontecimientos, a los protagonistas, opina, participa en los acontecimientos, establece un contacto con el lector, etc. La autora también da la voz a los propios protagonistas.

No se puede especificar con exactitud quiénes serían los lectores de la novela. En general, como el libro está escrito en español podemos deducir que va dirigido a la comunidad lingüística castellano-hablante. La promoción del libro en el Internet, la creación de un perfil falso en el Facebook o la grabación del vídeo de la banda ficticia, sugieren el destinatario más joven o simplemente usuario de la nuevas tecnologías de las redes sociales, y al mismo tiempo, delimitan el contexto de la novela. Aparte del clásico contexto literario, el autor y su obra, el período y el género literario, nos encontramos aquí con una combinación de los elementos de la realidad, el mundo real, y la ficción literaria. Así, tenemos el enunciado, una novela que cuenta una historia a través de los códigos de la “comunicación literaria”, que es una pura ficción, pero sus elementos están ubicados en el mundo real. Todo se presenta como una mezcla: en el caso de “Lo verdadero es un momento de lo falso” el texto no describe el contexto sino se comunica con él (normalmente en el caso de la novela tenemos al emisor y el enunciado aparte del destinatario y el contexto de la obra).

La información pragmática de Lucía Etxebarría podría basarse en su experiencia personal, su observación de la sociedad de Madrid y sus estudios sobre Baudrillard, Debord y la hiperrealidad (tal como todos sus estudios previos). La relación social entre la autora y los lectores, aparte de formar parte de la misma sociedad, es inexistente. La autora no construye o modifica su obra entorno de la posición social de sus lectores. Podemos solamente apuntar que la profesión del escritor disfruta de un cierto prestigio social, que al contrario, podría causar un cambio en los enunciados de los lectores que se dirigen a Etxebarría.

Como subraya la autora en las entrevistas sobre el libro, la intención de la obra es de hacer una observación sobre la sociedad moderna y la condición humana. Con la técnica de los interrogatorios a los que somete sus personajes, que combina con los fragmentos de la narración omnisciente, está poniendo de relieve la falsedad de la imagen, la verdad, única de un ser humano. Es una observación de la sociedad moderna, la hiperrealidad en la que vive, que queda incluso mejor ilustrada por la promoción del libro: mucha gente se creyó la existencia de tal Pumuky y lloró su muerte. A través de Pumuky, no solo estamos viendo el proceso de informar a la sociedad, sino también cómo se encuentra en él un individuo. Vemos a un ser humano reflejado en las miradas de trece personas que nos muestra como funciona la nueva sociedad de la hiperrealidad.

Bibliografía

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